TEXTO

30 AÑOS – un acto poético de resistencia

 

La antorcha, cuando arde, hace que todo se funda como las aguas en alta mar, y que el árbol del teatro renueve su milagro.

 

Treinta años

Vivir

Esperar

Esperaba poder renunciar al mundo y a mi misma

Y ¿qué he hecho yo?

¡Nada!

¿Nada?

No dije nada,

no hice… ¡nada!

 

Ahora, espero que nunca nada suceda como yo lo espero.

 

Esparcí un puñado de agua sobre todos los lugares, para que resultaran claros

Ahora, estoy debajo del agua,

muda,

oyendo todavía la llamada.

 

¡Me sublevo contra este mundo!

Un mundo en el que amar es una catástrofe que nos despoja de toda individualidad

Un mundo en el que nos aferramos a los hábitos por miedo a la libertad

Un mundo que disuelve el pensamiento y aniquila cualquier meta.

 

Nada me ilumina,

ni mi vida,

ni la de los demás,

ni su ausencia,

ni su muerte.

Mi voluntad domesticada,

mi cuerpo un manojo de reflejos,

mi memoria un residuo de la historia.

 

La belleza refugio último de la forma, de la ideología, de la creencia, de la tradición.

Yo amo la libertad, aunque cada día la traicione.

 

Años 30

Estalla la guerra.

 

Los niños y las niñas también, prefieren estar solos

Tienen miedo del mundo. No pueden imaginárselo

Se ríen a cada momento, sin poder contenerse.

Espían a los amantes y se sienten perdidos en su propio cuerpo

Tienen fiebre, escalofríos, vómitos

Y un día, yacen inconscientes y agotados llenos de nuevas ideas

Están entre la vida y la muerte.

 

En su presencia, se habla de tiros en la nuca, ahorcados, asesinatos,

y lo que no oyen ni ven lo huelen.

A los niños se les dice: “Shshsh!! Silencio!!! Sobre todo, guardad silencio

Y sin futuro, se les exige que entren en la vida.

 

En el recordar inmóvil ¿a qué prestamos atención?

Pocas son las cosas que pueden, de verdad, orientarnos.

 

Los altares están levantados

A la espera del sacrificio.

Los que han visto,

han muerto.

 

¿Qué gusto tiene la sangre?

¿El gusto del silencio?

Sepultada por un silencio de ritos funerarios y su liturgia del dolor,

me siento agotada, vacía, seca por dentro.

 

Hoy la memoria es inhumana.

Obligada a guardar silencio,

pienso en cada traición e ignominia.

 

¡Qué suerte poder amar, perdonar!

 

Treinta años.

¡Vivir!

 

Tengo la visión de una puerta,

a los pies de la puerta,

bloqueando mi avance,

hay tumbado un perro,

un perro viejo, con el pelaje leonado,

plagado de cicatrices, de innumerables golpes.

Tiene los ojos cerrados,

está descansando,

echando una cabezada.

 

Quizás vendrá un día en que tendremos los ojos de un color dorado oscuro, y veremos la belleza. Quedaremos libres de la suciedad y de toda pena. Nos elevaremos por los aires, andaremos bajo el agua, y nos olvidaremos de nuestras callosidades y necesidades. Quizás un día seremos libres, todos seremos libres, incluso de la libertad en la que creemos.

 

Cuando digo estas palabras de Ingeborg Bachmann, me acuerdo de un texto que trabajé hace mucho tiempo, de María Zambrano, sobre Antígona. Ella decía que, un día, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos.

 

Gracias, por haberme acompañado en estos 30 años.